“Todo canto es nostalgia del refugio.” Rainer Maria Rilke(“Sonetos a Orfeo”, traducido por Jaime Ferreiro)
En la costa brumosa de Pembrokeshire, Gales, a orillas del estuario, el Castillo de Carew sigue en pie. Ya no como fortaleza, sino como recuerdo. Su silueta, desdibujada por la niebla, parece flotar entre el pasado y el presente.
Hoy, sus ruinas atraen visitantes en busca de historia, de quietud, de belleza sin artificios. El paisaje que lo rodea —el agua quieta, el cielo bajo, los árboles curvados por el viento— habla un idioma que no necesita traducción.
Frente a la velocidad del mundo, esta escena ofrece una pausa. Una invitación a mirar con otros ojos. A dejar que el tiempo, por un momento, se detenga.
Esta acuarela lo captura no con la precisión de la historia, sino con la voz suave de la memoria. La piedra amarillenta del castillo asoma entre la neblina, como un pensamiento persistente en la lejanía de la mente.
A la derecha, un árbol seco y vencido por los años guarda silencio, curvado hacia el cielo como si escuchara lo que ya nadie dice. La colina que lo sostiene se oscurece, firme pero erosionada, como los recuerdos de un linaje olvidado. Todo el entorno parece respirar en un tono apagado: los cielos, el agua, la tierra. Nada grita. Todo murmura.
Generación por AI, del Castillo de Carew en su plenitud
El castillo fue edificado en el siglo XI, testigo de batallas, pactos, traiciones y días de gloria. Desde las alturas, observó pasar la historia, mientras sus muros se transformaban del rigor normando al esplendor Tudor. Hoy, su silueta es más un suspiro que una fortaleza: está ahí, pero ya no reclama presencia.
William Wordsworth – “Lines Written a Few Miles Above Tintern Abbey” (1798) (fragmento traducido)
“Estas ruinas desiertas y esta escena callada nutrieron la mente con pensamientos profundos de soledad serena, y de presencia inmóvil…”
En la acuarela no se ha pintado un lugar, se ha pintado una ausencia. Un tiempo ido. Una espera. En este paisaje sin figuras humanas, el castillo y el árbol parecen hablarse en voz baja, como únicos sobrevivientes de una época en la que el viento traía noticias a caballo y las ventanas eran saeteras.